lunes, 20 de agosto de 2007

La dura realidad...

La dura realidad...

La dura realidad de las subvenciones” es el título de una entrada en el
blog de Salmon. Trata sobre la propaganda política, la necesidad y dificultad que representan las subvenciones para los emprendedores.

No solo estoy de acuerdo con lo que se dice, sino que a vote pronto me viene a la mente bastantes casos concretos, ejemplos prácticos, de propaganda política engañosa sobre este tema de las subvenciones que trataré de ir exponiendo al hilo de futuras entradas.

En la práctica, solo empresas en marcha, con cara y ojos, son capaces de contratar personas que se encarguen de correr tras una subvención, abogados y gestores.
No logro imaginar a un autónomo dejando su furgoneta aparcada o, un asalariado con la simple ilusión de montar su empresa, que son los que más lo necesitan y menos impacto representan, perdiendo tres mañanas de trabajo (la administración solo trabaja por las mañanas) para acudir a hacer cola al gobierno de Canarias.
El problema administrativo, ni siquiera es por dar subvenciones en sí (sacar dinero del bolsillo) si es hasta para que “nos fichen” en el DNI (y cobren) un problema.

Las subvenciones a la empresa tienen otro aspecto colateral, duro e importante,
provocan pateras y cayucos. En Tenerife sabemos en primera persona el drama humano que representan.

Me explico con un ejemplo, el plátano canario o el tomate, tienen serias dificultades para competir en condiciones naturales en precio con el de Marruecos o países de Centroamérica, es obvio, si un empleado en esos allí cobra cincuenta euros mensuales, el precio del producto se puede explicar fácilmente.

Las subvenciones al plátano (o cualquier otro producto) permiten beneficio a precios bajos, sumado al coste arancelario que se aplica básicamente solo a los productos de países pobres, permiten que el precio al menos se parezca. En esas condiciones, la marca y la confianza en el producto determina que la balanza caiga de este lado.
Resultado, los países pobres no pueden competir y, con el autoconsumo, queda claro que no van a levantar cabeza.

¿No?

Un saludo

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